martes, 16 de octubre de 2012

Relato libre. Adiós y buena Suerte


                              
Mientras el destello de una estrella fugaz  atravesaba un tramo del cielo, pedí un deseo, que jamás pensé que se cumpliera. Hacía tiempo que la buscaba.
Supongo que uno se acostumbra , le guste o no, a vivir con lo que tiene. Desde luego ya me estaba acostumbrando a  vivir  en una escala de grises que siempre estaba más cerca del negro que de cualquier otro color.

Y así como mi corazón, era mi ciudad:  Pontevedra, Capital de provincia. Tan triste  y melancólica como entrañable, tan ruda y oscura  como bella. Solo necesitaba de una lluvia de estrellas para devolver el color que añoraba en cada uno de sus rincones.

En ese momento tenía bien poco, poco esperaba de la vida, trabajaba poco, dormía poco, comía poco; y entre poco y poco me fumaba la vida. Fuera tabaco o hierbabuena, fumaba más que respiraba y mis pulmones se achicaban en cada paso hasta faltarme el aliento. Aunque nunca lo suficiente como para llevarme la vida.

Me dijo: -tu no me conoces pero yo a ti sí-. Lo cual me sorprendió y me gustó al mismo tiempo. - ¿Qué es lo que quieres, maitechu?¿ Que es lo que andas buscando?-. No me ando ni busco, solo quiero un lugar donde estar en paz.
Me acompaño durante un tiempo. -En cada paso estaré contigo. Si una cuesta se interpone, yo seré tu bastón. Si algo hiere tu corazón, antes atravesará el mío. Si lloras recogeré tus lagrimas y con ellas regaré para dar nuevos frutos, más fértiles y más vivos; que te sirvan para emprender este viaje -.

Y así fue. Por cada vereda se abrían los caminos. En los balcones crecían por segundos las plantas, asomándose para verla pasar. Cada enredadera crecía vertiginosamente para acercarse un poco más a ella. Cuando tocaba una de sus flores se tornaba más viva y tersa. Y de todas, todas se desplazaban hacia su mirada buscando un saludo. Cuando pasaba por un carballo, su raíces envestían las piedras para salir a la superficie, a modo de reverencia. Cuando sus hojas caían  no tocaban el suelo, sino que se erguían y volaban como pájaros carpinteros.

No sentía dolor alguno, ni falta , ni pena. No tenía miedo a atravesar ni la ciudad, ni pueblos, ni fragas. Así que cogí el macuto y marche con ella a descubrir que se escondía detrás de esta insólita figura. Andamos un quilómetro, dos, tres... y empezamos a perder la cuenta. Una, dos lunas... y empezamos a perder la cuenta, hasta toparnos con la ria donde el nivel del agua bajo para mostrarnos, en forma de piedras, un camino improvisado. Un pueblo al final del trayecto. Exhausta por la travesía pensé en hacer noche allí. Al llegar, todo estaba vacío, busque algún furanxo, algún hostal, o alguien que me indicara, pero no logré encontrar a nadie. Aturdida por la ausencia y el silencio la dejé atrás casi sin darme cuenta. Estaba sola.

¿Quién eres? ¿que todo lo que te rodea aflora por momentos? ¿Porque ahora ya no me muestras el camino?
No soy más que lo que tú quieres ver, eso que piensas que no existe pero te gustaría , eso que añoras de pasados mejores. Que no te agite el miedo ni la desesperación, pues tienes mucho que ganar y nada que perder.

Adiós y buena suerte.

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