Mientras el
destello de una estrella fugaz atravesaba
un tramo del cielo, pedí un deseo, que jamás pensé que se cumpliera. Hacía
tiempo que la buscaba.
Supongo que
uno se acostumbra , le guste o no, a vivir con lo que tiene. Desde luego ya me
estaba acostumbrando a vivir en una escala de grises que siempre estaba más
cerca del negro que de cualquier otro color.
Y así como
mi corazón, era mi ciudad: Pontevedra, Capital
de provincia. Tan triste y melancólica
como entrañable, tan ruda y oscura como
bella. Solo necesitaba de una lluvia de estrellas para devolver el color que
añoraba en cada uno de sus rincones.
En ese
momento tenía bien poco, poco esperaba de la vida, trabajaba poco, dormía poco,
comía poco; y entre poco y poco me fumaba la vida. Fuera tabaco o hierbabuena,
fumaba más que respiraba y mis pulmones se achicaban en cada paso hasta
faltarme el aliento. Aunque nunca lo suficiente como para llevarme la vida.
Me dijo: -tu
no me conoces pero yo a ti sí-. Lo cual me sorprendió y me gustó al mismo
tiempo. - ¿Qué es lo que quieres, maitechu?¿ Que es lo que andas buscando?-. No
me ando ni busco, solo quiero un lugar donde estar en paz.
Me acompaño
durante un tiempo. -En cada paso estaré contigo. Si una cuesta se interpone, yo
seré tu bastón. Si algo hiere tu corazón, antes atravesará el mío. Si lloras recogeré
tus lagrimas y con ellas regaré para dar nuevos frutos, más fértiles y más
vivos; que te sirvan para emprender este viaje -.
Y así fue.
Por cada vereda se abrían los caminos. En los balcones crecían por segundos las
plantas, asomándose para verla pasar. Cada enredadera crecía vertiginosamente para
acercarse un poco más a ella. Cuando tocaba una de sus flores se tornaba más
viva y tersa. Y de todas, todas se desplazaban hacia su mirada buscando un
saludo. Cuando pasaba por un carballo, su raíces envestían las piedras para
salir a la superficie, a modo de reverencia. Cuando sus hojas caían no tocaban el suelo, sino que se erguían y
volaban como pájaros carpinteros.
No sentía
dolor alguno, ni falta , ni pena. No tenía miedo a atravesar ni la ciudad, ni
pueblos, ni fragas. Así que cogí el macuto y marche con ella a descubrir que se
escondía detrás de esta insólita figura. Andamos un quilómetro,
dos, tres... y empezamos a perder la cuenta. Una, dos lunas... y empezamos a
perder la cuenta, hasta toparnos con la ria donde el nivel del agua bajo para
mostrarnos, en forma de piedras, un camino improvisado. Un pueblo al final del
trayecto. Exhausta por la travesía pensé en hacer noche allí. Al llegar, todo
estaba vacío, busque algún furanxo, algún hostal, o alguien que me indicara,
pero no logré encontrar a nadie. Aturdida por la ausencia y el silencio la dejé
atrás casi sin darme cuenta. Estaba sola.
¿Quién eres?
¿que todo lo que te rodea aflora por momentos? ¿Porque ahora ya no me muestras
el camino?
No soy más
que lo que tú quieres ver, eso que piensas que no existe pero te gustaría , eso
que añoras de pasados mejores. Que no te agite el miedo ni la desesperación,
pues tienes mucho que ganar y nada que perder.
Adiós y
buena suerte.
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